El problema de Julie London es un problema de peras. No hay manera de juzgar lo que canta desde el momento en que fue lanzada como una especie de muñeca hinchable y ella se adaptó desde sus primeros pasos a encajar en ese papel. En la mayoría de las portadas aparece luciendo un flamante escaparate. Siempre insinúa unas domingas que se precipitan alegras tras un escote apenas contenido o el inicio de canalillo). Cuando no lo hace, como aquí, es para ajustarse al estereotipo “desvestir una zorra para vestir otra”. Se trata de un mercadeo voyeurista donde musicalmente es todo tan falso como el apellido auténtico de la cantante que, irónicamente, era Peck. Julie era una pin-ups más afamadas de los camarotes de los combatientes de la guerra en el Pacífico y la de Corea. Hasta la adopción del nick “London” fue por abrir su popularidad al mercado británico. Que los publicistas jugaron con sus atributos sexuales es obvio desde el momento en que las fotografías de la London se diferencian en dos en virtud de la forma de sus peras: cónicas y esféricas. Hasta ahí llegó la industria. Las campañas publicitarias de cada uno de sus discos anticiparon las del play-boy y hustler. Un producto de lo más elaborado, tras el que se encuentra una cantante bastante mediocre, pero lanzada como un icono sexual, contra la que poco pudieron Ella Fitzgerald (demasiado mesa-camilla), Bille Holiday (demasiado pitufa), Sara Vaughn (demasiado negra) o Dinah Washington (demasiado “Síseñoritaehcahlata”). Nina Simone eligió anclarse al piano, pues encontraba la historia del jazz vocal femenino como un “camino equivocado”. Sabía de qué iba este tema. Aunque a finales del siglo XX la cantante de jazz por excelencia haya sido Billie Holiday, en su mejor momento no tuvo nada que hacer contra la London (cuya estela llega hoy en día hasta Taylor Swift).
Hay algunas piezas de la música pop a las que le ocurre lo mismo. Estoy pensando en el “Simply Irresistible” de Robert Parker en que aparecen unas cuantas maquilladísimas moviéndose como si les estuvieran echando un polvo: https://www.youtube.com/watch?v=UrGw_cOgwa8 El video clip es de una eficacia tan abrumadora que anuló por completo la conciencia de que lo de Palmer era una versión libre del hit “My Sharona” que los The Nack habían lanzado 9 años antes. Los abogados del grupo interpusieron una demanda que quedó en nada porque no había un componente del jurado que no hubiera visto el vídeo de Palmer.
El problema de Julie London es un problema de peras. No hay manera de juzgar lo que canta desde el momento en que fue lanzada como una especie de muñeca hinchable y ella se adaptó desde sus primeros pasos a encajar en ese papel. En la mayoría de las portadas aparece luciendo un flamante escaparate. Siempre insinúa unas domingas que se precipitan alegras tras un escote apenas contenido o el inicio de canalillo). Cuando no lo hace, como aquí, es para ajustarse al estereotipo “desvestir una zorra para vestir otra”. Se trata de un mercadeo voyeurista donde musicalmente es todo tan falso como el apellido auténtico de la cantante que, irónicamente, era Peck. Julie era una pin-ups más afamadas de los camarotes de los combatientes de la guerra en el Pacífico y la de Corea. Hasta la adopción del nick “London” fue por abrir su popularidad al mercado británico. Que los publicistas jugaron con sus atributos sexuales es obvio desde el momento en que las fotografías de la London se diferencian en dos en virtud de la forma de sus peras: cónicas y esféricas. Hasta ahí llegó la industria. Las campañas publicitarias de cada uno de sus discos anticiparon las del play-boy y hustler. Un producto de lo más elaborado, tras el que se encuentra una cantante bastante mediocre, pero lanzada como un icono sexual, contra la que poco pudieron Ella Fitzgerald (demasiado mesa-camilla), Bille Holiday (demasiado pitufa), Sara Vaughn (demasiado negra) o Dinah Washington (demasiado “Síseñoritaehcahlata”). Nina Simone eligió anclarse al piano, pues encontraba la historia del jazz vocal femenino como un “camino equivocado”. Sabía de qué iba este tema. Aunque a finales del siglo XX la cantante de jazz por excelencia haya sido Billie Holiday, en su mejor momento no tuvo nada que hacer contra la London (cuya estela llega hoy en día hasta Taylor Swift).
ReplyDeleteHay algunas piezas de la música pop a las que le ocurre lo mismo. Estoy pensando en el “Simply Irresistible” de Robert Parker en que aparecen unas cuantas maquilladísimas moviéndose como si les estuvieran echando un polvo:
Deletehttps://www.youtube.com/watch?v=UrGw_cOgwa8
El video clip es de una eficacia tan abrumadora que anuló por completo la conciencia de que lo de Palmer era una versión libre del hit “My Sharona” que los The Nack habían lanzado 9 años antes. Los abogados del grupo interpusieron una demanda que quedó en nada porque no había un componente del jurado que no hubiera visto el vídeo de Palmer.